domingo, 5 de octubre de 2014

TODOS CONTRA RTVE

Han pasado demasiados años de democracia como para que nadie pueda pensar que el PSOE y el PP hayan pretendido en algún momento implantar un modelo estable de financiación y gestión para RTVE. La última reforma (2009) realizada gracias al especial empeño de Zapatero, contemplaba la sincera intención de terminar con las injerencias gubernamentales en la información, toda una tradición desde los tiempos de Franco. Nunca hasta entonces se había conseguido la tan deseada independencia. La experiencia, breve pero suficiente como para demostrar que era posible en proporciones más que razonables, se esfumó con la llegada al Gobierno de Mariano Rajoy. La elección del presidente de la Corporación tenía que realizarse con una mayoría de dos tercios del Congreso, lo que obligaba a consensuar su nombramiento. Con el acuerdo de PP y PSOE llegaron al cargo Luis Fernández y Alberto Oliart. El primero de ellos estableció las bases de una empresa moderna y profesionalizada. La continuidad de Fran Llorente en la Dirección de Informativos garantizó la tan añorada independencia del poder político y obtuvo el reconocimiento social y periodístico que TVE nunca antes había alcanzado, incluso en el ámbito internacional.


La misma ley que agradaba al PP en la oposición pasó a ser inadecuada cuando Rajoy tomó las riendas del país. El nombramiento de Echenique se hizo saltándose la norma, sin consenso, y desde entonces duerme en el Tribunal Constitucional el recurso presentado por los socialistas ante tan flagrante ilegalidad.

La ley de Zapatero era generosa en la elección del presidente de la Corporación, pero también lo fue con las televisiones privadas, ya que retiraba la publicidad como fuente principal de financiación y establecía un sistema de ingresos estatales y de empresas de telecomunicaciones que se han revelado como insuficientes. Las presiones de los grupos privados incluyeron la reducción de derechos de contenidos deportivos, cine y ficción propia. No daban puntada sin hilo. De manera que la aparente generosidad de Zapatero con la nueva RTVE escondía la intención real de debilitar la empresa pública en beneficio de las televisiones privadas. Un beneficio que no se quedaba ahí porque permitía a las cadenas más poderosas hacerse con las más pequeñas, como sucedió con la fusión de Tele 5 y Cuatro y de Antena 3 con La Sexta.

Curiosamente, el PSOE justificó el nuevo modelo en la pretensión de “garantizar la estabilidad de RTVE y favorecer su equilibrio presupuestario”. Quizá por eso, y porque el Gobierno del PP está muy interesado en una radiotelevisión pública solvente, acumuló 113 millones de pérdidas en 2013 y exige a sus directivos más recortes de producción y plantilla. Por cierto, la BBC tiene 23.000 empleados, frente a los 6.400 de RTVE, ejemplo irrebatible de qué modelo no desean para España.

Pese a las limitaciones de la ley de Zapatero, RTVE siguió liderando las audiencias con una programación de calidad y unos informativos de radio y televisión casi modélicos. Pero la llegada de Rajoy a La Moncloa consiguió lo que el modelo diseñado para beneficio de las cadenas privadas no había logrado: restarle credibilidad y audiencia, dos elementos que justifican por sí mismos un debilitamiento casi mortal.


El principal interés de los dos partidos que han gobernado España en las últimas décadas con respecto a los medios de comunicación, ha sido exclusivamente contar con grupos que les sirvan de plataforma para mantenerse en el poder o alcanzarlo. Cuando los medios privados han ido haciéndose con las audiencias y la financiación necesarias (gracias a la oportuna legislación) RTVE ha perdido su interés. Porque una radiotelevisión pública que merezca la pena tiene que estar al servicio de los ciudadanos y, por lo tanto, ha de ser independiente del poder político y contar con una financiación estable y suficiente. Y eso lo deciden ellos, aunque en realidad lo hacen los mismos ciudadanos con sus votos. 

jueves, 27 de febrero de 2014

PACO DE LUCÍA: VOZ DEL SILENCIO

Siempre he creído que mi alma es mitad flamenca y mitad afroamericana. Ambas culturas tienen elementos comunes que se proyectan emocionalmente con pasión. Hay en ellas la expresión de lo más hondo de todas las almas silenciadas del planeta. Los que no somos ellos, encontramos en su arte aquello que desde niños nos enseñaron a esconder. Lo que para nuestros educadores eran signos de debilidad, es para ellos la muestra de su grandeza de espíritu, su diferencia, su identidad.



Sí, soy mitad flamenco desde que acudí a un teatro de Sevilla a los 19 años. Mi alma rockera quedó hecha añicos con aquella música antigua, inexplicablemente cercana e inmortal. Me cautivó su ritmo y su compleja desnudez. Poco después y gracias al crítico Miguel Acal, asistí a alguna fiesta privada en casa de mis padres en Bormujos con Pedro Peña y Pedro Bacán. Recuerdo que me tiré de cabeza, a pesar de mi enfermiza timidez, a tocar palmas con ellos. Les sorprendió tanto como a mí que no destruyese el duende de aquellas largas e invernales madrugadas. Y yo, que hasta entonces había despreciado aquella música con la arrogancia de la juventud y la modernidad, me di cuenta de que una parte de mí era orgullosamente flamenca.


Recupero estos recuerdos ahora que ha muerto Paco de Lucía llevándose con él una parte de nosotros mismos. Porque el artista es el médium que da voz al grito enmudecido de nuestras almas.