viernes, 2 de diciembre de 2016

RTVE: MÁS ALLÁ DE LA MANIPULACIÓN

Me reencuentro con mi abandonado blog para hablar, otra vez, de RTVE. No para analizar el grado de injerencia del Gobierno en su labor periodística -ese mal del que apenas se ha librado a lo largo de su historia en democracia-, sino del negligente desinterés con que es tratada desde los poderes Legislativo y Judicial.

Es conveniente recordar que la ley de RTVE vigente hasta principios de 2012 establecía que el presidente de la corporación debía elegirse con el voto favorable de dos tercios del Congreso, es decir, obligaba a los principales partidos a llegar a un acuerdo para hacer posible el nombramiento. Fijaba también para el elegido un mandato de 6 años, precisamente para evitar dependencia alguna del Gobierno de turno. Recordemos que fue una propuesta de Rodríguez Zapatero apoyada por el PP en 2006.

A los pocos meses de llegar al Gobierno, el mismo Partido Popular y su presidente dejaron en suspenso la ley por medio de un decreto que permitía realizar el nombramiento con la mayoría absoluta, o sea, como se había hecho siempre para poner la radiotelevisión pública al servicio del partido gobernante. Y aquí surgen dudas sobre el carácter democrático de un sistema que permite a un Gobierno modificar de un plumazo una ley aprobada por el Congreso. Suena a república bananera, lo sé, pero así ocurrió.

Pocas semanas después de la decisión de Mariano Rajoy, el PSOE presentó un recurso de inconstitucionalidad contra el decreto ley del que nada se sabe 5 años después. Entiendo que para el Tribunal Constitucional el artículo 20 de la Carta Magna es secundario y que hay derechos fundamentales que no lo son tanto. Y esa es su grave responsabilidad.

Por otra parte, llama la atención la falta de interés real con el que los partidos políticos contemplan la situación de RTVE, una empresa que pagamos todos los españoles para que no solo ofrezca un servicio público independiente, sino para que lo parezca. Y eso es lo que ocurre, más allá de si hay, hubo o habrá manipulación. No es únicamente un problema ético, sino estético. No se trata ya de discutir si el PP ha suspendido la ley de 2006 por razones económicas o partidistas ni de poner sobre la mesa los datos del CIS sobre la credibilidad informativa de la corporación o los del EGM sobre la pérdida de audiencia, sino de que haya una ley que impida que tal cosa pueda ser ni tan siquiera imaginada.


El debate sobre quién manipula más es absolutamente estéril. Lo único que importa, lo único imprescindible es, como indicaba la ley de 2006, “dotar a la radio y a la televisión de titularidad estatal de un régimen jurídico que garantice su independencia, neutralidad y objetividad”. Es algo que defienden en público todos los partidos y que, insisto, suscribió el PP en su día. Se trata de recuperar el sentido común y la coherencia. Y, por supuesto, blindar la ley para que ningún presidente pueda jamás saltarse una norma aprobada por los representantes de los ciudadanos mediante un simple decreto.

sábado, 13 de febrero de 2016

LA MANO DE RAJOY





Esta foto de EFE refleja con más exactitud que mil palabras la necesidad de que Rajoy dé por concluida su carrera política. Quizás no vio la mano protocolaria de Sánchez y no fue consciente del desplante. Lo más probable es que fuese la arrogancia lo que le impidiera recordar un gesto automático que ha repetido miles de veces en su vida. Probablemente haya sido consecuencia del aislamiento social en el que lleva viviendo tanto tiempo.

Los políticos de larga trayectoria son víctimas de un tipo de marginación que, a diferencia de la que conduce directamente a la miseria, acrecienta su vanidad, su soberbia y, a menudo, su indecencia. La altivez de Rajoy es directamente proporcional a su obstinada negación de la verdad. No vio o no quiso ver la mano de Sánchez de la misma forma que no vio la corrupción de todos aquellos indeseables a los que señaló con determinación como ejemplos a seguir.

En mi opinión, más relevante que la mano solitaria del líder socialista es la mano del presidente, despreocupada, ajena a lo que tiene ante sí, exactamente igual que desde hace ya demasiado tiempo.

jueves, 14 de enero de 2016

ESPAÑA CAÑÍ

Hace cuarenta y tantos años llevaba una hermosa melena. Recuerdo a mi padre, anclado en la intolerancia de la época, poner a prueba mi integridad con advertencias serias de expulsarme del hogar si no eliminaba de mi cabeza aquella aberrante cabellera. Con el paso del tiempo se acostumbró y creo que los dos quedamos tan felices: él con su peinado de caballero español y yo con el de joven antisistema al que la vida debería domesticar.

Han pasado tantos años que es imposible que no hayamos cambiado todos al menos un poco. Sin embargo, siempre ha habido un ruido de fondo en nuestra sociedad por el que, si se observa con detenimiento, se puede comprobar que discurre el sombrío pasado.

Recuerdo que alguien me contó hace mucho tiempo que las viejas orquestas de verbena, en cuyo ADN llevaban grabado a fuego los ritmos más populares, cuando incorporaron el pop y el rock a su repertorio atendiendo la demanda de los jóvenes, mantenían en un plano casi inaudible el compás del pasodoble. Algo así sucede también en los usos y costumbres de esta España que se resiste a dejar de ser cañí. 

Seguramente esta es una de las razones por las que hay tanta gente que ve con desprecio, e incluso asco, que un político lleve rastas o coleta. Hay un ritmo obstinado y rancio que les impide entender que han sido individuos con corbata y damas con vestidos de marca las que les han robado durante décadas. Pero, puestos a elegir, parece que prefieren al corrupto antes que arriesgarse a ser representados por individuos con un aspecto que no es de fiar porque no se atisba en ellos, por más atención que se preste, ni el más mínimo indicio del familiar pasodoble.



Mi vieja e irrecuperable melena juvenil no era solo una elección estética, sino un claro gesto de rebeldía ante una sociedad a la que rechazaba tanto como ella a mí. Como todavía no soy ni tan mayor ni tan cínico como para olvidarme de aquello, no puedo evitar ver con respeto a quienes tienen la capacidad de escandalizar a los se niegan a aceptar que cada generación tiene derecho a soñar su propio mundo. Un mundo con otra banda sonora, sin pasodobles, y que quizás algún día sonará a otros jóvenes como algo parecido a un pasodoble.