jueves, 15 de enero de 2015

LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y CINISMO POLÍTICO

No les falta razón a los que lamentan que para que se defienda, sin matices, la libertad de expresión, hayan tenido que morir 12 personas. Es como si esa libertad irrenunciable cobrara un valor especial al teñirse de sangre, cuando en realidad es la vida de cada uno de los que la practican y respetan diariamente la que le da todo su sentido. La muerte solo nos demuestra, ni más ni menos, que son seres humanos, frágiles y valientes, los que a menudo la ejercen. Es por tanto en vida de quienes la practican públicamente, ya sea desde el periodismo, la política o la calle, cuando es más necesario preservarla.

Se ha calificado de cínicos a los líderes políticos que acudieron a la manifestación de París y que hicieron suyo el ya histórico “Je suis Charlie”. Gobernantes que legislan contra los intereses legítimos de sus conciudadanos y que han aprovechado la crisis económica para cercenar muchos de sus derechos. Pero no son los políticos los únicos cínicos en escena.



Las libertades de expresión e información corren peligro a diario desde siempre ante la pasividad política, social y profesional. Algunos periodistas (demasiados), venden sus servicios a intereses empresariales y políticos sin ningún pudor; y lo hacen en tal medida que a la mayoría de la gente ya le parece normal y, por tanto, legítimo. Pero no es así. No está más justificado en la prensa que en la política, donde ya la sociedad parece que ha comenzado a reaccionar. Un periodista que miente o manipula una noticia es como un juez prevaricador o un político corrupto. Ni más ni menos. Y el consumidor de ese tipo de información, por llamarla de alguna manera, que la acepta porque va bien a sus intereses materiales o ideológicos, es cómplice de esa podredumbre.

Chalie Hebdo es un ejemplo extremo de la práctica del derecho a la libertad expresión. La función de este tipo de publicaciones es precisamente poner a prueba el sistema y a los ciudadanos. Nos plantean hasta qué punto creemos que esa libertad debe ser protegida y si también la aceptamos cuando su contenido nos desagrada. Esa es la prueba de fuego a la que nos someten y, desgraciadamente, en la que algunos sucumben. Baste recordar la censura reciente de El Jueves tras la abdicación de Juan Carlos I y que impuso la empresa editora de la revista, o la famosa portada de Felipe y Letizia practicando sexo y que un juez retiró de los quioscos.


La diferencia entre la intransigencia de unos y otros está en el procedimiento que utilizan para cercenar la libertad. Pero no debemos olvidar que ambos comparten un mismo origen: la intolerancia. Es demagógico limitar nuestras responsabilidades al respeto a la vida (¡faltaría más!), como un valor que nos exime de cualquier otro compromiso. No es eso ya lo que esperamos de nuestro modelo democrático. Lo que debemos exigir, como lección suprema de la infame masacre de París, es que la libertad de expresión esté permanentemente protegida, y que sus únicos enemigos, nunca los que la sometan, sean solo los asesinos.