miércoles, 5 de octubre de 2011

UNA DE CACIQUES Y APRENDICES

Pocas cosas me molestan más en esto de lo público que la afirmación de que todos los políticos son iguales. Ni todos los políticos ni todos los partidos. Es cierto que la globalización de las políticas económicas ha supuesto una disminución de la autonomía de los gobiernos, pero hay margen suficiente todavía para que las prioridades marquen diferencias sustanciales.  Sin embargo, los políticos se igualan más de lo deseable en la gestión de la ética. Es en ese ámbito en el que más fácilmente encontramos comportamientos similares o idénticos. Lo podemos comprobar cuando un partido exige a otro “responsabilidades políticas” que se niega a asumir cuando el escándalo cambia de color.


En la gestión de las instituciones públicas hay constantes violaciones de principios éticos teóricamente compartidos para los que siempre encuentran alguna excusa. Es el caso del alcalde de Ourense, el socialista Francisco Rodríguez, que acaba de contratar como directora de Comunicación y Relaciones Públicas del municipio a la hija de su concejal de Economía. No deja de tener su gracia que una decisión así la haya adoptado el responsable local del PSOE, un partido que lleva dos décadas denunciando prácticas semejantes del pintoresco presidente de la Diputación, José Luis Baltar. El veterano político del PP hace tiempo que asume que sus cientos de enchufados lo convierten en un cacique, pero no se avergüenza de ello, más bien al contrario. Hijos de alcaldes, alcaldes, concejales, militantes del PP… Los socialistas han llevado muchos de estos casos ante la Fiscalía, aunque es verdad que sin éxito, pero podían decir con la cabeza más o menos alta que esas prácticas de Baltar nada tenían que ver con ellos.

El alcalde justifica su decisión en la “valía” de la hija del concejal y en que se trata de un puesto de confianza que concluirá con el mandato del actual gobierno local. Una pobre explicación para un acto reprobable se mire como se mire. Recuerdo que, hace años, el alcalde popular de un pequeño municipio ourensano contrató a su hija como asesora. Estudiaba Derecho y eso bastó al regidor para decir, con total convicción, que no iba a encontrar a nadie en la que pudiera confiar más.

Si los cargos de confianza fueran lo que el alcalde de Ourense cree que son (o más bien dice que son), la Administración estaría repleta de familiares, aunque más bien pareciera una prolongación de la saga de los Corleone que una Administración Pública propiamente dicha. ¿En quién se puede confiar más que en la familia?

La Ley debería poner límites también a estos abusos, como a los de la Diputación, pero los legisladores se permiten estas licencias para dejar un cómodo margen a la trampa.
Y concluyo como empezaba: pocas cosas me molestan más… que admitir que la mayoría de los políticos tienen un concepto demasiado laxo de la ética. Lamentable.

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